viernes, 9 de noviembre de 2007

Las cartas (papel de baño).

muestrario

Las cartas (papel de baño).
Sábado por la mañana, llega otra de tus cartas, me pongo a leerte, y mi parte obsesa se sorbe sin prisa en esta taza con café, se derrumba el minuto, y me continúo en este amanecer apenas primario…al igual que a mí, te gusta el escribir para sanar.

Liz sale del baño, cabello amarrado, le salen algunas comisuras del recuerdo: son nuestros excesos de la noche, son sus nalgas que brincan en lo que sobra de la braga, y es el cansado comienzo de otra anécdota: - ¿por qué los hombres no cambian el papel de baño?, nunca he entendido eso-, me volteo y la pena cae en mi sonrisa apagada, sé que el papel de baño me ayuda a limpiar algo más que la conciencia, por eso olvido el cambiarlo, y me guardo la respuesta.

Ella te conoce y ahora que me ve, descubre el que te leo y se acerca rompiendo con el espacio del saberme contigo, dejo la carta sobre la mesa de la sala junto con la memoria.

Trae en la mano el tubo de cartón, pequeño, insignificante, símbolo de un reciente encono, y comienza una plática que no esperaba: -¿Qué es lo que ella te da en sus palabras Ernesto?-, Liz pregunta algo seria y respondo: -lo que escribe me da algo de vida-, voltea a la calle, no esta satisfecha y termina por rasgar la conversación, sigue con el tubo en la mano, y sin mirar me pregunta: - ¿por qué?-, y me pongo algo nervioso, este cuestionamiento debí hacerlo al leer a Freud, pero nunca lo he leído, así que me regreso a la idea sumaria del contestar: - es una realidad compartida a través de las cartas, sí ya lo sabes-.

Me detengo en la ventana, esta abierta para escucharnos y alcanzo a ver a tu abuelo, el viejo Santamaría camina con su perro Andaluz, esta triste, es gente de barrio, es gente que conozco de hace tiempo, y tu abuela, ella murió poco después de que te fuiste Ángela. -La felicidad está en quien la trabaja-: me decía Santamaría en el funeral; es desde entonces que el viejo y yo compartimos el recuerdo de múltiples ausencias que no se quieren ir.

Lo saludo y me contesta: -Buen día Ernesto ¿Qué sabes de Ángela?-, le digo –leo una de sus cartas, me dice que esta bien, le manda saludar-, se agacha para acariciar a Andaluz y me dice: -Salúdala de mi parte, que pases buen día-. El viejo al igual que yo, te extraña.

Entonces Liz abrazándome de la cintura me hace regresar a la plática: - ¿es mas fácil leerla que el ir a Madrid a verla?-… -pues sí, ambos nos buscamos en palabras acortadas- , me suelta, se emplaza un escalofrío, y se derrumba toda la sensatez.

Liz camina sobre la duela, se sienta en el sillón recargándose en la esquina, tiene algo de frío, me pongo al lado de ella, y con su boca en el oído me comenta:- ¿decides escribirle para sortear su relación sin poderse ver? lo que pasa es que tienes miedo, y te colocas cómodo en el pasado cuando le escribes…-, se sienta en cuclillas, con confianza, tajante, me mira de lado: -y para acabar con esta conversación te diré… la siento aquí cuando lees sus cartas y no me gusta esa sensación, es tu parte más egoísta y me molesta-. Avienta el tubo de cartón por la ventana, y me deja con su enojo.

Me cala tu partida, creo que no pude sanar del todo, tu madre te llevo a Madrid, no quería que mi vida te diera de palos, era la inmadurez del que vive pensando diría el viejo Santamaría, mientras tanto, sé que en España mi ex-esposa Edith tiene un buen trabajo y ya encontró a alguien más con quien estar, ella tampoco le habla a su padre, tu viejo.

Eres mi hija Ángela pero el destino puede más que cada acción procurada y a pesar de todo, de nada, es que siempre acabo por estar en esta parte que aún me falta, por eso te leo y te escribo.

La ventana ya está quieta, ya está algo testigo, y reviro: el Viejo Santamaría está tendido sobre la acera. Bajo del edificio, me pongo al lado de él y no puedo más que aguantar el llanto, está muerto, su sombra alarga la angustia, Andaluz llora y cada ladrido permanece en las vértebras, la gente se junta alrededor, y el tubo de cartón que Liz arrojó está a un lado, termino por ser circunstancia.

Un silencio sin caudal…el viejo, el papel de baño y mi consciencia sin limpiar…

La realidad siempre termina por ser más fuerte que todas mis palabras, veo es tiempo de ir a Madrid para abrazarte, murió tu abuelo y ya no puedo tener miedo, se ha acabado el papel de baño y tengo que cambiarlo.

Andrés V.E.

Noviembre 2007

Saludos y disculpen el no poder contestar algunos mails, la excusa es el trabajo...agradecie ndo otra publicación más en muestrario.. .GRACIAS! !!!

Saludos con un papel de baño en mano jejeje

andrés v. elizondo

Andrés.

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