Mi querida Ana Lucía, primero que nada, GRACIAS. Luego, sólo luego, que me has dejado con intriga porque ¿cómo es eso de poemas que producen sensaciones que se traducen en actitudes? Es bien extraño lo que decís y te confieso que uno de mis pecados “capitales” es la curiosidad pues no resisto el quedarme sin saber o sin comprender.
Mi madre suele contar una anécdota de cada hijo que, según ella, los define. Sobre mí cuenta que era la noche de Reyes y que yo tenía unos 5 años. Mis padres habían guardado los regalos dentro de un placard grande para ponerlos en los zapatos una vez que estuviéramos dormidos y por supuesto se cuidaron de que ninguno de nosotros advirtiera la maniobra. No se sabe por qué yo pretendí abrir el placard. Mi madre me lo impidió y echó llave. Luego me explicó: No, no se puede abrir esa puerta. Desde luego, la consabida pregunta infantil: ¿Por qué? Entonces vino el cuento: Porque allí adentro hay un monstruo que tiene enormes dientes afilados y ruge, tiene escamas y saca fugo por la boca y además tiene unas garras espantosas y los ojos aterrorizan y te advierto que es muy, muy peligroso.
Según cuenta, a medida que avanzaba la descripción del tal monstruo, yo abría cada vez más grandes los ojos, por lo cual mi madre creyó que había logrado su objetivo, pero ni bien concluyó su horrorosa descripción, dice que le respondí con una vocecita calma: Quiero verlo.
Bueno, al que nace barrigón…dice el refrán.
Con mi abrazo siempre
long
Long Ohni
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