«… cuando ese sentimiento [de lo onírico] cesa es cuando comienzan los efectos patológicos, en los que ya el sueño no restaura, y cesa la natural fuerza curativa de sus estados»: Federico Nietzsche
Soñar es un oculto resplandor,
una ida al templo en cotidiano rito de reposo.
Este quehacer de la noche, me cita con la luz
y el Dios del Sol, que es vida cósmica.
Voy a restaurar mi sueño en esta edad sin círculo.
Cuando no haya más luna que el alarde de los cuerdos
que se disfrazan de falaz coherencia, sin lógica
que les justifique ni en el alma ni en la carne,
voy a invocar a Apolo, dios del arte.
Me uniré a la bacanalia de la noche
con mis hermanas que invocan a Dioniso.
Tendré, por llave hacia sus puertas,
dos sueños de los míos, el más solar
y el más nocturno.
Restauraré esa memoria
(porque los sueños se apagan por insuficiencia
de amor y gratitud con el mundo, por resignados
que estamos a la prudencia tonta y al no ser comunicantes) .
Voy a desatar los ríos del rico plasma etéreo
cuando sueñe esta noche.
A mi memoria bajaré como a un abismo
y pediré visiones y metáforas y símbolos
y las gloriosas sonajas, o las sutiles voces,
esa vida suprema, esa intensidad del espíritu
que no engaña por capricho.
Códigos tiene que son eternos, subterráneos,
primiciales. Bruta abundancia, quizás.
¡Dejad que el soñador haga su parte y no olvide!
pues el sueño es sincero y se posiciona fielmente
en su noche, te engancha y no encubre del todo
las urgencias básicas de lo real.
3-11-2000 / De El hombre extendido
Carlos Lopez Dzur